PRÓRROGA

Me pide mi editor que escriba un post sobre la prórroga de HOMBRE DESNUDO en DICIEMBRE, y yo, que tengo mucho carácter pero que soy muy obediente me he puesto con el tema, rauda y veloz, como una  ardilla espabilada. Prorrogar un espectáculo es bueno, al menos en principio. Significa principalmente dos cosas: que la gente ha venido a verlo y que la sala donde trabajas entiende que tiene más carrera comercial por delante. La gente que hace teatro quiere enseñar su teatro y tener la oportunidad del ansiado contacto con el público… Nadie hace teatro para guardarlo en el cajón: el teatro sólo es posible delante del espectador, así que prorrogar es seguir profundizando en una experiencia que nos pone a tope.

Prorrogar también implica cierto nivel de improvisación porque las cosas cambian, las agendas cambian, las motivaciones cambian y, por lo tanto, el teatro cambia, lo que es un signo ineludible de su naturaleza orgánica. Así que andamos prorrogando e improvisando sobre qué hacer con una pieza que cuesta colocar en cualquier compartimento estanco y puede resultar difícil de clasificar… Una pieza que viene de una compañía underground sin cabezas de cartel y sin tentáculos en los despachos del poder… Una pieza que no es una comedia, ni un drama, que utiliza materiales clásicos y técnicas contemporáneas y cuya sipnosis es sólo una invitación a un viaje y no un argumento cerrado… HOMBRE DESNUDO, podemos decirlo ya, después de un mes y medio de exposición, produce sensaciones encontradas en el espectador, que llega a no saber si le gusta o no le gusta lo que tiene delante, en un momento histórico donde la gestión del gusto personal se ha convertido en sagrada e incluso en una brújula de la propia identidad. Cuando cabeza, corazón y rabo no cabalgan en la misma dirección se produce un desajuste, un desequilibrio y un esfuerzo, que va a producir una experiencia profunda. Y no lo digo yo, lo dicen algunos críticos. Que a mí me produce mucho pudor hablar de mis propios hijos, que –como es de suponer– son objeto de amor por los progenitores. Deciros que HOMBRE DESNUDO es buena, no tiene ningún valor si sale de mi boca. Es obvio que si me mantengo al frente de la nave es porque considero que merece la pena.

Cualquiera que me haya tenido como profesor, durante un curso prolongado en el tiempo, sabrá que uno de mis principios para profundizar en las materias que enseño es desestimar el gusto personal como argumento para analizar un trabajo. El gusto es inevitable y legítimo, pero caprichoso y sobre todo es muy limitado, lo que implica que el aprendizaje guiado por lo que a mi me gusta deja desierta la posibilidad de seguir aprendiendo y descubriendo que hay cosas que pueden interesarnos si abrimos la puerta blindada de nuestro propio mundo. Y esto es un tema, amigas, y no digo más, que luego me paso de intensa…

Tengo que decir que HOMBRE DESNUDO ha recibido críticas que ayudan a concretar una especie de recepción oficial del espectáculo. Creo que la mayor parte de las críticas están siendo muy buenas, y no porque nos pongan muy bien, sino porque la mayor parte de los críticos se han posicionado con una mirada limpia delante de la pieza, y eso es muy interesante para nosotros. La mayoría de las críticas que nos han hecho incluyen un correctivo, un pero, y eso también es hermoso. Se trata del espacio donde el crítico revela su alma, su propia subjetividad, y donde se produce un intercambio de ideas real. A mí solo me desesperan las críticas que destapan un defecto que yo también conozco, un problema que sé que podría solucionarse y está ocurriendo delante del espectador. En ese momento me abalanzaría sobre el crítico y le diría: «¿Tú también lo has visto? ¡Ay, abrázame!»

Me da mucho pudor hablar de HOMBRE DESNUDO como también me suele resultar incómodo salir del teatro y encontrarme con los espectadores que acaban de ver el trabajo. Me refiero a ese instante en el que sales a la calle y tú ya no eres la propuesta escénica que acabas de representar y el público se ha convertido en personas que se fuman un cigarro o hablan animosamente sobre si pillar un taxi o un Cabify. En ese instante se produce una descompensación del estatus en el que nos hemos movido escasos momentos antes y que siempre me desconcierta, porque justo en ese momento ellos creen que te conocen y tú no tienes ni idea de quiénes son, porque ya no son espectadores, pero sí tienen potestad para juzgarte. Ya saben si les gustas o no, y tú solo puedes hacerte una idea un tanto ligera de qué pasa cuando te cruzas con sus miradas, y yo nunca sé si quieren llevarme a la cama o despreciarme… Lo que vengo a decir es que en esa intersección de tiempo tú eres vulnerable y ellos son fuertes. Afortunadamente cada vez salgo de ese shock de manera más ágil, aunque sigo sin saber exactamente quién quiere llevarme a la cama de verdad. Así que lo que suelo hacer es tomarme algo con las amigas e intentar bajar la adrenalina postfunción.

También es verdad que de vez en cuando puede aparecer la típica tonta que cree que su opinión merece atención porque tiene carácter de verdad absoluta, la suya. La misma tonta suele confundir la sinceridad descarnada del «Te lo digo a la cara, sin pelos en la lengua, incluso cuando no te conozco de nada» con una aplastante mala educación. Y es que para hablar con alguien en los términos descritos en la frase anterior hay que tener algo de confianza con el interlocutor o participar en Gran Hermano. En cualquier caso es un ejemplo de mala educación de libro y, amigas, no se debe perder un minuto con este tipo de perfil humano. Y mucho menos cinco, que es un tiempo sensato para calcular cómo escapar de semejante escenario y poner a salvo a cualquier persona que te caiga bien a tu alrededor. Yo que soy alto y de espalda ancha, puedo conseguirlo de forma rápida si me giro con displicencia, pero echo de menos una capacidad más automática, más maleducada, más a la altura de la situación que proponen este tipo de personajes. Algún día me gustaría decir sin despeinarme algo así como: «No me toques el coño que me estoy tomando una Coca Cola con mis amigas después de una entrega en el escenario que requiere mucha concentración técnica y bastante implicación emocional. Hazte cargo y ocúpate del olor de tu propio sobaco…». Yo creo que todo esto puede decirse en menos de un minuto.

Por cierto, hemos prorrogado y estaremos todos los jueves de diciembre a las 20:30, en la sala Nueve Norte, que es lo que mi editor quería que dijera.

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